jueves, diciembre 25, 2008

Carta a una mujer casada

Querida:

Lloras. Y me dejas mudo. Siento en mí tu sufrimiento, tu soledad tantas veces. No sé muy bien qué decirte. Lloras y se me desmoronan las palabras en una densa congoja. Te conocí de pequeña, y sigo viéndote así, como una niña que sonríe, en la que aflora siempre un alma limpia. Has crecido hacia adentro. Tus ojos son la altura desde la que amas. Porque eres una mujer muy enamorada. Tu corazón te precede. Por eso eres como eres. Por eso te indignan tantas cosas, por eso callas muchas otras, por eso lloras.


Es cierto que el matrimonio tiene momentos muy duros. Pero no te dejes impresionar ni te sientas vencida, como si ya no supieras qué hacer y una sombra oscureciera la esperanza. Haz lo que sabes: ama y reza. Ama y reza hasta que te salga sangre del alma. Que no te tiente la desolación o la amargura. Siempre habrá agoreros a tu alrededor. Pero tú fíjate en la mirada de Dios que te mira desde los ojos de tu marido. Fíjate bien. Él también sufre. Quizá esté sufriendo desde hace mucho tiempo. Y te quiere. Con esa forma de ser que tantas veces te enerva, él te quiere.

Los hombres hacemos todo más difícil de lo que es. Y en el matrimonio se sigue esa pauta. Ya sé que el agotamiento nos puede, que un prolongado silencio nos llena el corazón de dudas, que nos echamos en cara demasiadas cosas. Y que cada palabra puede convertirse en un latigazo. Pero cierra los ojos y piensa que en el amor humano no estamos solos. Dios está a vuestro lado. Los hijos son un signo evidente de esto que te escribo.

No llores más. Abraza a tu marido y dile: -“No entiendo nada, no puedo más y ni siquiera sé qué decirte, pero quiero seguir a tu lado para siempre. Ámame como soy y perdona mis errores, como yo perdono de corazón los tuyos”. Eso es amor, y el amor lo comprende todo, lo disculpa todo, lo puede todo. Piensa sólo en él, en ese hombre que necesita de tus caricias y detalles, aunque te encuentres a veces su respuesta muda o una mala cara. Cada caricia es una catequesis. Cada beso el secreto donde germina vuestra vida interior, y con ella vuestra alegría.

Por favor no llores más. Ahora comienzas. Hoy. Confía. Afina la fidelidad. Tu fuerza está en el amor, tu paciencia está en el amor, tu esperanza está en el amor. Y el amor tiene para ti un nombre muy concreto. Métete dentro del alma de tu marido, siente vuestra unión. Eres uno. Procura no dramatizar en exceso los problemas o tus miedos. Haz de ellos materia de tu oración, de tu abandono en Dios. Así descubrirás el milagro del matrimonio cristiano, la ternura infinita que se encuentra después del perdón.
Fuente: http://www.guillermourbizu.com/